Benjamín en su ensayo ”La obra de arte en al época de reproductibilidad técnica” nos presenta su visión de como ha cambiado la forma en que el publico se enfrenta al arte desde al invento de la fotografía y mas adelante del cine y cómo estas técnicas han constituido un tipo de arte completamente distinto. Sin embargo tambien podemos considerar que este ensayo de Benjamin plantea un problema más profundo sobre el sentido que adquieren las imagenes con el advenimiento del capitalismo, en el cual el cambio monetario se impone como el principal criterio para valorar los productos culturales. En este sentido es una crítica a la industria como principal productor de sentido.
Benjamín afirma que las obras de arte siempre han sido susceptibles de reproducción. Lo griegos por ejemplo conocieron dos procedimientos de reproducción: fundir y acuñar. Mas adelante la xilografía permitió que por vez primera se reprodujera técnicamente el dibujo. Pero con la litografía y la imprenta la reproducción técnica alcanza un nivel diferente, ya que es posible distribuir masivamente la producción artística. A su vez el dibujo comienza a acompañar la vida cotidiana, ilustrándola.
Sin embargo estos inventos fueron aventajados técnicamente por la fotografía. “En el proceso de reproducción plástica, la mano se descarga por primera vez de las incumbencias artísticas mas importantes que en adelante van a concernir únicamente al ojo que mira por el objetivo. El ojo es mas rápido captando que la mano que dibuja; por eso se ha apresurado tantísimo el proceso de reproducción plástica que ya puede ir a paso con la palabra hablada”. La técnica alcanza un lugar en el cual convierte en tema propio el arte tradicional, y además se convierte en procedimiento artístico independiente. En su analisis Benjamin compara la reproducción de la obra artística y el cine con el arte su forma tradicional.
Un primer elemento de comparación es el concepto de autenticidad. Al respecto nos dice Benjamín que a toda reproducción le falta su aquí y su ahora, el carácter irrepetible que posee toda obra de arte, donde se realiza la historia singular de la misma. Lo autentico conserva siempre su autoridad plena con respecto a la reproducción manual. Pero no ocurre lo mismo con la reproducción técnica, la cual tiene un grado de independencia con respecto al original, y además del encuentro masivo con los consumidores que permite.
Según Benjamín la reproducción técnica deprecia el aquí y el ahora de la obra de arte, ya que se tambalea “la testificación histórica de la cosa”, es decir su propia tradición singular y su autoridad. “En la época de la reproducción lo que se atrofia es el aura de esta… la técnica reproductiva desvincula lo reproducido del ámbito de la tradición. Al multiplicar las reproducciones pone su presencia masiva en el lugar de una presencia irrepetible”
La reproducción técnica configura también un modo particular de percepción en las colectividades donde tiene influencia por estar esta no solo determinada naturalmente, sino también históricamente. Según Benjamín la nueva percepción la debemos entender como desmoronamiento del aura. Si se entiende el aura como “la manifestación irrepetible de una lejanía (por cercana que pueda estar)”, la nueva percepción es el desmoronamiento del aura, debido a la aspiración actual de las masas de acercar espacial y humanamente a las cosas: “quitarle su envoltura a cada objeto, triturar su aura, es una signatura de una percepción cuyo sentido para lo igual en el mundo ha crecido tanto que incluso, por medio de la reproducción, le gana terreno a lo irrepetible”.
Según Benjamín existen dos maneras fundamentales por medio de las cuales se puede llevar a cabo la recepción de las obras. Estas son el valor cultual y el valor exhibitivo de la obra artistica. La producción artistica comienza como una actividad al servicio del culto. Por ejemplo, para el hombre de la Edad de Piedra los dibujos que realiza en las paredes son instrumentos mágicos. Igualmente las estatuas griegas y las pinturas medievales tienen un carácter ritual, hasta tal punto que permanecen ocultas a la exhibición del público. En este sentido la tradición de una obra de arte, su autenticidad, encuentra su lugar en el carácter cultual de la misma. El valor auratico de la obra es también su valor ritual donde tuvo su primera y original utilidad. Esta característica es desplazada en la época de la reproducción técnica, donde la obra esta fundamentalmente dispuesta a ser reproducida, aumentándose así las ocasiones de exhibición.
Por esta razon el cine es difícil catalogarlo como arte en el sentido tradicional. En el teatro el actor se presenta en persona ante el público, pero en el cine este mismo se presenta por medio de todo un mecanismo. Por ello el actor no respeta la actuación en su totalidad y no tiene que acomodarse al público. “Al cine le importa menos que el actor represente ante el publico un personaje; lo que le importa es que se represente a si mismo ante el mecanismo” Asi, el actor realiza su actividad renunciando a su aura, al aquí y al ahora de su representación.
Es igualmente característico del cine que cada espectador que asista a una función entre como un especialista a medias, e incluso que cualquier hombre pueda aspirar a participar en el rodaje de una película. En este sentido la reproducibilidad técnica de la obra artistica transforma la relación de la masa con el arte. “De retrograda frontal a Picasso por ejemplo, se transforma en progresiva, por ejemplo cara a Chaplin”. Las reacciones del espectador están condicionadas a la inmediata masificación, ya que es posible una recepción simultánea y colectiva, imposible de llevar a cabo por la pintura.
El cine también ha enriquecido nuestro mundo perceptivo, con lo cual ha contribuido al cambio de la representación del mismo. El cine ha permitido una agudización de la percepción al permitir aislar y analizar datos sensoriales antes inadvertidos. Benjamín afirma que tal circunstancia tiende a favorecer la interpenetración reciproca de ciencia y arte.
Con la perdida del aura de la creación debido a la reproducción técnica, la contemplación y el recogimiento se convierte en una conducta asocial. El aura se sacrifica, según Benjamín a favor de la demandas del mercado, por lo cual la distracción es el comportamiento social característico. Con el dadaísmo la obra de arte pasó a ser un proyectil que chocando con el espectador. Esto “favoreció la demanda del cine, cuyo elemento de distracción es táctil en primera línea, es decir que consiste en un cambio de escenarios y de enfoques que se adentran en el espectador como un choque”.
Por ello la dispersión es otra de las características del espectador que se enfrenta al cine. La cantidad se ha convertido en calidad, con lo cual se modifica el tipo de participación de las masas frente a la obra de arte. La masa busca disipación, la cual le ofrece el cine, en contraposición del recogimiento al que debe enfrentarse el espectador ante la obra de arte tradicional. Las masas no se recogen en si mismas para contemplar el arte, sino que dispersas, sumergen en si mismas a la obra artistica. “La recepción en la dispersión, que se hace notar con insistencia creciente en todos los terrenos del arte y que es el síntoma de modificaciones de hondo alcance en la apercepción, tiene en el cine su instrumento de entrenamiento. El cine corresponde a esa forma receptiva por su efecto de choque. No solo reprime el valor cultual porque pone al publico en situación de experto, sino además porque dicha actitud no incluye en las salas de proyección atención alguna. El publico es un examinador, pero un examinador que se dispersa”.
La epoca de reproducción técnica, con sus dispersiones y perdida del aura, en ultimas lo que ha permitido es el fenómeno del esteticismo de la vida política. En el fascismo las masas son impelidas por un caudillo a conservar las condiciones de la propiedad. Esta estetización tiende a culminar en un solo punto, en la guerra. Por medio de esta, el fascismo moviliza todos los medios técnicos para garantizar las condiciones de propiedad. Los argumentos que utiliza son las imagenes que apela a la belleza de la guerra y la técnica que aquí se despliega. “La auto alienación de la humanidad ha alcanzado un grado que le permita vivir su propia destrucción como un goce estético de primer orden”.
En las sociedades tradicionales el arte juega un papel cultual, por lo tanto la producción artistica conserva una unidad esencial como un componente de los rituales religiosos y sociales. El receptor de la obra o aquel que puede acceder a su realización siente esta misma unidad con la que se compenetra como parte integra de su realización social e individual. En este sentido la obra de arte cumple una función específica: permite la cohesión social a través del mantenimiento de la tradición de una práctica que este refuerza y reafirma.
La modernidad trajo consigo un cambio total en las estructuras sociales y económicas, y por lo tanto de las prácticas y manifestaciones culturales (como diría Marx, un cambio de la infraestructura que modifica la superestructura). El dinero como valor de cambio y sustento de la economía empujo a los individuos a la competencia y a la búsqueda de nuevas formas de producción, dado que la riqueza no podía sustentarse más en el mantenimiento de la tierra. Esto acelero la tecnificación de la producción y del trabajo, puesta que esto garantizaría mantenerse en la competencia y poder triunfar en esta.
Si el nuevo valor es el dinero y la carrera por la tecnificación es inminente, los individuos no se reconocerán como unidad con los medios de producción, puestos que estos le arrebatan su fuerza de trabajo y el mismo se convierte en mercancía. La dependencia con la tierra y con el rito, propia de la sociedad tradicional, es abandonada en la modernidad para dar paso a la dispersión, a la competencia por el capital abstracto que no ofrece valores profundos en los cuales sea posible reconocerse. El arte pierde así su carácter de unidad con el receptor. El mismo se convierte en mercancía con un valor de cambio efímero. En palabras de Benjamín esto significa su perdida de aura, la perdida de su propia tradición, para ser arrojada a los mandatos del mercado como un objeto de exhibición y entretenimiento.
Sin embargo, no debemos observar esto con nostalgia y pretender recuperar el carácter auratico de la obra de arte. Es imposible una vuelta atrás. Debemos comprender más bien este fenómeno, y verlo como una manifestación más de la modernidad. Aunque el arte ha perdido su aura, esto no debe significar, que si bien es imposible desligarlo de una maquinaria tecnificada y mercantilista, no sea posible convertirlo en un instrumento de creación de nuevos valores y reflexiones sobre la propia condición de los individuos. Esto es algo que el cine y las otras formas de produccion de imagenes tecnicas puede lograr en sus manifestaciones criticas tanto sobre los usos de la tecnologia asi como de las relaciones sociales y psiquicas que plantea la sociedad que constantemente se transforma.
martes, 17 de noviembre de 2009
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