“La cámara lucida” es un ensayo que, como el mismo Barthes afirma, puede decepcionar a los fotógrafos. Mas allá de cualquier cuestión técnica, de cualquier discusión sobre los estilo e incluso del análisis de su función social, la fotografía nos plantea un problema existencial, un cuestionamiento sobre el tiempo y la muerte. Esto es una forma novedosa de abordar el tema de la fotografía, ya que desde una perspectiva subjetiva, personal, (la reivindicación de la “antigua soberanía del yo”) Barthes busca la naturaleza de la fotografía para elucidar una ontología. El “esto ha sido”: la conciencia del paso del tiempo y el valor que adquieren ciertas imágenes para nosotros cuando el referente ha muerto, se constituye como el noema de la fotografía. Pero ¿el “esto ha sido” puede erigirse como principio universal aplicado a toda foto?
Barthes deja en claro que nos habla de la fotografía como spectator, como aquel que mira y es afectado por las imágenes. La emoción que generan algunas fotos al ser observadas se convierte en el principio de lo evidente para todos, el ediós. Esta emoción se manifiesta en el punctum, esa herida punzante, esa marca que mueve la pasión, ese suplemento gratuito que el observador añade a la foto y que no depende de sus intereses culturales. Este es el descubrimiento que nos llevará hacia la metafísica presente en la foto. En contraste existe la fotografía unaria, aquella que pertenece al campo del studium: un interés intelectual medio, casi neutro y que no turba las emociones. La intuición fundamental que se da a través del punctum es la videncia del encontrarse allí y el paso del tiempo, de la posesión de un objeto que vive tras la muerte del referente. La fotografía como espectáculo de la muerte tiene una conexión mas cerca con el teatro y su origen, que con la pintura. Ser fotografiado es una micro experiencia de la muerte, ya que el sujeto deviene objeto, se vuelve spectro en una imagen que sin embargo vivirá.
Según Barthes, a diferencia de otras formas de representación, la fotografía es indisoluble al referente. Esta solo es posible por la existencia de un ser físico, presente y real en el tiempo y el espacio de la realización de la foto. La fotografía se convierte en un certificado de existencia y no se puede negar que alguien viera y que algún sujeto estuviera ahí. La luz como mediadora de esta posibilidad, es como un “cordón umbilical” que conecta materialmente la experiencia de observar la imagen con el momento de su realización. Esta unión nos transmite directamente, sin metáforas, la realidad y el pasado, ya que la luz que emanó de aquel ser retratado y afectó el material sensible afecta la experiencia del observador de la foto. Tenemos por lo tanto una relación directa con lo real fotografiado y la imagen fotográfica. En esto se encuentra la esencia de la fotografía y el punctum es la conciencia del tiempo que se deriva de este eidós: saber que la imagen que surge de nuestro ser físico, y de aquellos que amamos, persiste a pesar de la muerte. Esta locura, este éxtasis fotográfico, quiere ser apaciguado por la reconciliación entre fotografía y sociedad. Entre sus funciones intelectuales tiene la posibilidad de informar, representar, sorprender, hacer significar y dar ganas. La fotografía como arte (símbolo interpretado) o como reproducción generaliza, se banaliza y pierde su iedós. La esencia de la fotografía, la videncia del “esto ha sido” que sugiere el “esto ha muerto”, se oculta en la mar de fotografías unarias que nos desvían de la emoción esencial que une el presente con el pasado.
El problema de la fotografía como huella de lo real esta presente en la teoría contemporánea sobre las imágenes técnicas. ¿Es realmente la fotografía un certificado de existencia? ¿Existe una relación directa entre fotografía y realidad, de forma que podemos confiar plenamente en lo que esta nos muestra? Desde el comienzo se consideró que la fotografía fue una ruptura en la historia de la cultura, ya que a diferencia de otras formas de representación, como la escritura o la pintura donde el objeto se nos presenta como símbolo interpretado, esta nos muestra los hechos y las cosas tal como fueron. Este imaginario recorrió todo el siglo XIX y el XX, y aún circula en nuestra conciencia, aunque de forma más reservada. El crítico y artista español Joan Fontcuberta cuestiona a lo largo de su obra la aparente correspondencia que existe entre fotografía y verdad, mostrando a través de ejemplos y de sus propias imágenes como la fotografía es un artificio, una distorsión de la realidad que sirve para la manipulación en los ejercicios de poder. La creencia en la fotografía como medio fidedigno comienza a ponerse en duda y cada vez más la concebimos como una representación que traiciona realidad.
En La Cámara Lucida la idea de que la fotografía lleva siempre consigo su referente implica que no existe interpretación. Según esto, es una evidencia llana que proporciona una certidumbre del pasado tan real como la del presente: el signo se presenta como totalidad y no como marca. La fotografía debe su existencia y su razón de ser al referente, y este se nos presenta en la foto como una huella material de lo que ha sido. La esencia de la fotografía es remitir únicamente a aquello que representa. Sin embargo, en la teoría postmoderna el objeto representado en la imagen técnica esta perdiendo su centralidad y su papel fundamental. El énfasis de la imagen contemporánea recae más en el significante que en el significado, y por tanto lo sensitivo, el estimulo y lo forma de presentación se sobreponen al referente. Podríamos considerar que este tipo de imágenes, cuando son fotografías, desde la perspectiva de Barthes son unarias: degeneran en una pérdida del eidós, en la posibilidad de afectarnos existencialmente a través de la conexión con el referente. Sin embargo, la fotografía tiene no solo la posibilidad de conectarnos con lo “real”, sino también en la posibilidad de crear lo “real”. O lo que es lo mismo, la fotografía como un aparato productor de símbolos es capaz de crear mundos posibles, y su vez estos mundo posibles pueden cuestionarnos sobre nuestra existencia. Flusser (1982) lo plantea como “la inversión del vector del significado”: el proceso de la imagen importa más que aquello que representa, y con ello el problema de la verdad y lo real va perdiendo su importancia central. Además como producto técnico postindustrial la fotografía responde a una forma codificada o simbólica de representar los objetos. La realidad es interpretada por una teoría científica para constituirse imagen. Esto rompe el supuesto nexo directo entre el objeto y la foto: el referente deviene artificio.
Bajo estas consideraciones y teniendo en cuenta que existen argumentos y evidencias que nos hacen dudar de la veracidad de la fotografía ¿Qué queda entonces del “esto ha sido”? Considero que la propuesta de Barthes, antes que descartarla, debe ser analizada un poco más. De entrada sabemos que en toda fotografía siempre hay un rastro de algo físico del que emanaron lo rayos de luz que produjeron la imagen. Si no es así, no consideramos esta imagen como fotografía. Incluso en los montajes digitales mas elaborados existe una huella, así se mínima, de un algo que estuvo presente. Puede que no lo reconozcamos, que este distorsionado o nos confundamos en su reconocimiento, pero no dudamos de la presencia de eso. Pero que pasa ¿cuando tenemos la absoluta certeza de que la foto no es manipulada y que el objeto o hecho representado existe o existió realmente para nosotros? En las fotografías de prensa o aquellas que tienen que ver con la situación socio-política e ideológica no es deseable el “esto ha sido” como principio de comprensión de la imágenes. En este caso el derecho a la duda se hace indispensable para la formación de ciudadanos libres. Pero ¿sucede lo mismo con nuestras fotos de álbum familiar o aquellas que tiene que ver con la representación de nuestro pasado personal? Roland Barthes deja en claro desde un principio que habla de las fotos que le gustan, que le producen alguna emoción. Si bien no todas pertenecen al álbum familiar, encuentra el punctum en aquellas donde hay una conexión especial con su propia experiencia personal. De esto excluye su saber cultural o político-moral: el studium. Además el arquetipo de la fotografía, la guía donde puede por fin encontrar la esencia de la misma, es la foto de su madre en el invernadero. Solo en esa foto reconoce la esencia de su madre, en ella puede constatar, reconocer, lo que ella fue para él hasta su muerte. A partir de esta imagen verifica un vínculo emocional: el amor que sentía por su madre. Duelo, amor, autentificación de existencia están presentes en la observación de las fotos de nuestros seres queridos, y creo que también de nosotros mismos. Barthes mismo reconoce que la foto del invernadero sería indiferente para otros espectadores (por tal razón no la pública). De igual forma otras personas no sienten emoción ante las fotografías que tienen alguna conexión con nosotros. Por tanto los limites del “esto ha sido” son los límites de la propia subjetividad: el vínculo emocional con el tiempo y aquellos que amamos.
Considero que el “esto ha sido” esta más cerca del terreno de la creencia que de la evidencia. El mismo Barthes nos presenta la relación entre magia, mito, rito, locura y fotografía. Por tanto, no importa tanto la verdad del “esto ha sido”, si no la creencia “que esto ha sido”. Muchas familias inmigrantes, ante la imposibilidad de reunirse, acostumbran tomar fotos de sus miembros por separado y luego realizar montajes ¿Por que no hacer simplemente un dibujo? En la fotografía existe la creencia de presencia y esto genera un vínculo simbólico más fuerte. El montaje ratifica una relación filial existente, una copresencia, y no se cuestiona la creencia de que la imagen de cuenta de ello. Generalmente no nos detenemos a cuestionar todo lo que nos rodea. Y ahora cuando la mitología de la verdad esta llegando a su fin, los símbolos comienzan a remitir hacia nosotros mismos como factores determinantes y fundamentadores de la certeza.
El “esto ha sido” no tiene carácter vinculante o universal. Desde una perspectiva crítica la relación positiva entre realidad y fotografía pierde validez; pero desde una perspectiva expresiva, como seres que amamos, morimos y rememoramos, “la fotografía es una emanación de lo real en el pasado… nos hace pensar, sopesar la vida, la muerte, la extinción de las generaciones… una verdad para mi”. Podríamos variar un poco el sentido del noema y preguntar ¿”esta ha sido para quien”?
martes, 6 de octubre de 2009
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